lunes, 12 de enero de 2009

LA INCAPACIDAD DE NUESTRA ESPECIE PARA SALVAR SU PROPIA VIDA

Hace 16 años. Cuando en Venezuela irrumpió aquel importante movimiento de insurrección militar contra la cuarta República, la esperanza de los más débiles renació. La lucha que librábamos los estudiantes, profesores, intelectuales en general, al lado de los trabajadores y el Pueblo, encontró una manera de encauzar la eterna ilusión de una revolución en la que los intereses de la Sociedad fueran los que gobernaran desde un nuevo tipo de Estado.

Hoy después de 16 años, los niveles de pobreza siguen siendo graves. Las Misiones no han motivado suficientemente la conciencia revolucionaria; sin embargo, el Pueblo se interesó por leer y hoy en día creo que como líder de este proceso de cambios, el Presidente Chávez tuvo la capacidad de convocar a la gran masa para aprender a leer y escribir y luego a estudiar, debatir, redactar y apoyar una nueva Constitución. En este artículo no pretendo hacer un juicio de valor completo sobre el proceso o la tarea de nuestro Presidente. Traigo a colación el punto porque inicié en este Blog un conjunto de reflexiones sobre el recalentamiento global para concluir que el capitalismo es la causa directa de la destrucción acelerada de la vida humana en el planeta.

Los tiempos se adelantan en todos los aspectos. Los fenómenos que avizorábamos para 50 años, hoy pueden aparecer dentro de los siguientes diez años; y siendo este el problema más agudo para la sobrevivencia de la especie, he encontrado en la invasión y la masacre al Pueblo Palestino por parte del Gobierno de Israel, la expresión más tangible y dolorosa de lo que podría ser una extinción humana provocada por los líderes capitalistas del mundo. Reconozco en este sentido, en nuestro Presidente su capacidad y valor para actuar sin dobleces.

Estaba preparando un breve estudio de las limitaciones del Sistema Jurídico Internacional de Protección de Los Derechos Humanos en relación a las sistemáticas violaciones a los derechos humanos en el mundo entero, pero sin necesidad de tantas cavilaciones puedo afirmar categóricamente que no existe un Sistema Internacional de Protección de Los Derechos Humanos, sólo existe lo que siempre ha existido: El Derecho del más fuerte.

Lo que resulta un indicio que raya en la certeza es la catástrofe que sufre la inteligencia humana: Si la gran mayoría de Naciones del Mundo comprende lo que pasa, porque subsiste el derecho de veto por parte de Los Estados Unidos de Norteamérica. Cómo puede ser posible que habiendo casi 900 muertos, un tercio de ellos niños, según las cifras de los genocidas, el mundo entero no hay sido capaz de pararse, los trabajadores no hayan parado las fábricas hasta tanto cese la masacre y la invasión, cómo es que no existe un líder en el Consejo de Seguridad que convoque a una acción eficaz para detener una matanza como ésta. Cómo es posible que los mecanismos, normas y procedimientos sean los mismos que aquellos que firmaron las potencias al fin de la segunda guerra mundial, justo antes de que se iniciara la desintegración del Pueblo Palestino y la imposición de Israel, de tal manera que quienes vivían en asentamientos hoy de manos de las potencias determinen la vida en Palestina y quienes conformaban un Pueblo con territorio y autoridades, hoy no solamente estén arrinconados, sino que no se les permita ni siquiera salir del holocausto de este siglo. Cómo es posible que quienes fueran las víctimas del genocidio nazi, sean hoy los victimarios. ¿Cuándo se jodió el hombre? La respuesta es la que quisiera darles a mis hijos y a los niños con quienes comparto esta menguada hora para la paz y la sabiduría.

La falta de objetividad, de imparcialidad y de independencia la estuve peleando ayer en un tribunal de control, donde ni la víctima conocía sus derechos, donde se le secuestró frente a jueces, fiscales, policías, alguaciles; y por denunciar tales hechos corrí el peligro de ser presentado en flagrancia por el ó los delitos que le diera la gana a cualquiera de las autoridades presentes. De la pena pase a la reflexión y me puse a releer los instrumentos jurídicos internacionales y lo primero que observé fue la indisposición de muchos de los países del llamado primer mundo a firmar las convenciones, convenios y tratados que protegen los derechos fundamentales de las personas y de especie humana como parte de la naturaleza. Es decir, la hipocresía comienza por los jefes del planeta.

Hace dos días el Consejo de Seguridad hizo un alto al fuego y lo que se presentó como noticia fue que EE.UU. no vetó la decisión. Cuando la verdadera noticia es que el Estado de Israel no detuvo la masacre que adelanta. La verdad es que los líderes árabes están eunucos.

Para lo único que puede servir esta experiencia es para conocer que no hay ley racional en el mundo, no hay regla congruente y coherente con la vida, no hay un sistema jurídico que garantice la vida; y esa realidad se proyecta en cualquier país, en cualquier región, en cualquier juzgado, en cualquier puesto de policía. No hay referentes de equidad, de justicia y de armonía. Si los invasores quieren continuar e invadir a Siria, nadie los detendrá, si quieren pasar y tomar Irán nadie los detendrá; a menos que la respuesta conlleve a una guerra mundial como la que dio inició al Sistema Jurídico Internacional, que en siglo pasado se dieron los triunfadores. Esta vez el motivo real sigue siendo el mismo: Los hidrocarburos. Depende de los Pueblos el desafío que está plateado. El Presidente electo de EE.UU., se ha venido pronunciando a favor de Israel desde febrero de 2008, ante el Comité del Congreso que defiende la causa israelita, su Canciller ya ha manifestado suficientemente su identificación con Israel. No entiendo porque todavía hay estudiosos que siguen esperando un milagro.

Entre tanto, las condiciones objetivas de la vida en el planeta se complican y lejos de producirse una sincera atención a este problema, los líderes de los países poderosos pelean por tener para sí, lo que puede ser la causa misma de nuestra propia destrucción, desconociendo que somos parte de esa fuerza, de esa energía y esa materia inadecuadamente, que terminará modificando los términos de la existencia, en los cuales parece que no tenemos ninguna o muy poca cabida.