domingo, 28 de septiembre de 2008

SIGLO XXI: LA NATURALEZA COMO SUJETO

SIGLO XXI. EL DERECHO DE LA NATURALEZA


La naturaleza como sujeto de derecho:

A partir de los Informes sobre Desarrollo Humano, del Programa de las Naciones Unidas correspondientes a los años 1998, 1999 y 2001, se plantean algunos impactos de la globalización en el cual la nueva economía plantea una consolidación de los países desarrollados, habiendo integrado algunos países del tercer mundo para bajar los costos y aumentar sus mercados.

Los esfuerzos políticos están ampliamente encaminados a la mundialización de todos los intercambios de los flujos financieros. Observemos que en el caso de Africa existen regiones del planeta excluidas de las grandes inversiones, que teniendo mil etnias, en un territorio de 53 Estados y poblado por 728 millones de habitantes al que la “civilización” sigue tratando como un solo territorio y una sola población, no toma en cuenta ni estudia si su cultura aceptaría las nuevas tecnologías y el concepto de desarrollo capitalista que se le pretende imponer.

Si observamos a los países latinoamericanos, al comienzo del siglo XXI, bajo los nuevos conceptos de Estados Republicanos, derivados de la influencia de la revolución francesa y norteamericana, igualmente, habiendo incorporado mano de obra, recursos de la naturaleza y mercados, imitan bien la forma de vida de las élites sin haber llegado a la mínima condición de incorporarse al club de los 24 países desarrollados. Los planes que se les han impuesto desde las grandes corporaciones indescriptiblemente las colocan con un alto rendimiento de mano de obra barata, pero sin acceso a la tecnología ni a acuerdos comerciales dignos y equiparables en condiciones a las corporaciones dominantes y sus Estados. No obstante ello, en la ideología que se intenta imponer la cultura y los valores que deben ser alcanzados son los de los países desarrollados, sin contar con las herramientas que aquellos tuvieron para crecer. De lo anterior puede colegirse que la relación que la sociedad establece con la naturaleza, el Estado, la cultura y la tecnología, en gran medida está influenciada o depende de quienes ejercen el poder. Hoy, en la sociedad postcapitalista, quienes detentan el poder económico no solamente lo ejercen por intermedio del Estado-nación, sino que ante la pérdida de centralidad, de soberanía de éste, cuentan con una instancia clave, fortalecida y consolidada con el proceso globalizador: la gran empresa transnacional y el orden internacional que promueve
e institucionaliza. En 1970 había 7000 transnacionales; actualmente
Hay aproximadamente 44.000 con 280.000 filiales alrededor del orbe. Ellas controlan cerca del 70 por ciento del comercio mundial. Cuando se cruzan los datos de países y corporaciones con base en el producto bruto de desarrollo de los países y las ventas de las empresas, se tiene que de las 100 entidades más ricas del mundo, 51 son corporaciones y 49 países y el porcentaje de crecimiento de las 200 corporaciones más grandes del mundo dejó atrás el de la economía mundial total. En la redimensión de la relación naturaleza sociedad, la desaparición del proyecto socialista, con la desintegración de la URSS, deja el espacio abierto al proyecto capitalista para expandir, a merced el proceso globalizador y la gran empresa transnacional, la ideología del progreso material, con todas las consecuencias negativas para la civilización futura. Estamos en presencia de una visión capitalista salvaje que persigue, como nunca antes, la felicidad a través del más alto grado de acumulación material, diseminando patrones de consumo ecológicamente in sustentables y depredando a través del mercado y la tecnología a personas, empresas y naciones, es decir, cada vez más inmersos en una sociedad de riesgo mundial. Como correlato de lo expuesto, asistimos a un cambio de época en el cual la percepción cultural marca y confina la relación naturaleza sociedad a la esfera del dominio y sometimiento de la primera a los intereses de la segunda con base en la ideología, creencia y valores sustentados en el progreso material, el crecimiento económico y el desarrollo. Por esta vía, se mercantiliza dicha relación y se justifica la explotación indiscriminada e irracional de los recursos naturales sin tomar en cuenta los efectos sobre la sociedad.

ACERCA DE LA PERTINENCIA DEL DESARROLLO SUSTENTABLE.

Somos del criterio que la noción, la tesis y el discurso que fundamentan la propuesta del Desarrollo Sustentable, se corresponde con una época en la cual la transformación que se opera en la sociedad en todos sus ámbitos -político, económico, social, científico tecnológico y cultural- promueven relaciones de poder distintas, redefinidas, en el contexto que se inaugura con la emergencia y asunción de nuevos y diferentes roles para los actores tradicionales y los emergentes, a saber, el Estado-nación, la gran empresa transnacional y los movimientos ecologistas. Vale destacar, a grosso modo, que la conexión entre el problema del desarrollo y la problemática ambiental o ecológica se da de manera interrelacionada con un conjunto de procesos que vienen en curso para la época de la Cumbre de Estocolmo (año 1972) y que continúan y se encadenan con otros, durante las décadas siguientes hasta la época actual. Así, por ejemplo, el Informe del Club de Roma se pone en el tapete en momentos en los cuales está en ebullición la crisis petrolera y el cuestionamiento al industrialismo. Los enunciados allí contenidos y los que formulará la misma institución en 1991, (The First Global Revolution) y en 1992 (Beyond the Limits) realmente pueden considerarse postulados premonitorios o directrices de lo que hoy conocemos como globalización, a despecho del uso que se les haya dado: primero, que la economía debe basarse en el criterio de responsabilidad más que por el de ganancia inmediata (¿tendrá que ver con el tema de la responsabilidad social en el ámbito empresarial?); segundo, que es necesario generar prácticas económicas sustentables (¿prefiguración para la noción de sustentabilidad?), tercera, que debe avanzarse en la conformación de una “nueva comunidad humana” (¿más allá del Estado-nación, en el
espacio transnacional?) y, cuarto, la promoción del respaldo a partidos políticos, organizaciones no gubernamentales y movimientos sociales para modificar el patrón industrialista de producción (¿fortalecimiento de la sociedad civil mundial y deslegitimación del Estado?).

Ahora bien la globalización no lo es solo en el campo económico. En el contexto histórico que estamos refiriendo irrumpe en la discusión mundial la cuestión ecológica y ambiental de tal forma, que será asumida con énfasis central en la propuesta de desarrollo sustentable formalizada por la Organización de las Naciones Unidades- Programa para el Medio Ambiente (PNUMA), a partir del Informe de la Comisión Brundltand (1987). En los registros bibliográficos existentes se pueden identificar diversas nociones de desarrollo enmarcadas en propuestas elaboradas por distintas organizaciones mundiales y autores. Así, por ejemplo, además de la ya señalada del Desarrollo Sustentable, están la de Desarrollo con Rostro Humano (UNICEF); Desarrollo contra la Pobreza (Banco Mundial); Transformación Productiva con Equidad (CEPAL); Desarrollo para Enfrentar la Deuda Social (PREALC); Dimensión Cultural del Desarrollo (UNESCO); Desarrollo Endógeno (Antonio Vásquez-Barquero y otros); Desarrollo Endógeno Tecnológico (UNICAMP); Desarrollo a Escala Humana (Felipe Herrera y otros); Desarrollo para las Mayorías Desantendidas (Vuskovic); aparte de las proposiciones de otros organismos y agencias, como el SELA, FAO y OPS.

Tendencias actuales:

En los albores del siglo XXI, parecería que ya pasó el siglo. Desgarradoras imágenes dan cuenta –por igual- de las víctimas de la más encendida guerra que se extiende desde Afganistán, Irak, Georgia, y por declaraciones de lideres que no podemos soslayar, tienden a extenderse hacia Irán, Pakistán y por ende a todo el medio oriente; y de los millones de desplazados en Haití, Cuba, República Dominicana, importantes islas del Caribe y de grandes centros urbanos hacia el sur y el centro de Estados Unidos de Norteamérica, pero esta vez producto de las condiciones del hábitat que han provocado las revoluciones industriales, el nuevo modo de “vida”, los huracanes y las propias guerras.

CONSECUENCIAS DE LA SITUACIÓN EN LOS DERECHOS HUMANOS. LA DESMITIFICACIÓN DE LOS DDHH:

El desenvolvimiento de los sucesos económicos, sociales, políticos, culturales y ambientales van aclarando los términos de un debate sobre la diferencia de los derechos humanos del derecho en general. Los habitantes de los países subdesarrollados no ven esta diferencia porque son testigos y víctimas de la misma miseria, hambruna, desnutrición, carencia de viviendas dignas, violencia e inseguridad ciudadana, represión de autoridades, cárcel y crisis de todos los sistemas penitenciarios, violaciones permanentes al debido proceso y corrupción de los sistemas judiciales.

El protocolo de Kyoto es un acuerdo internacional ligado al convenio de base de Naciones Unidas sobre cambio del clima. La característica principal del protocolo de Kyoto es que fija a las partes obligatorias, para 37 países industrializados y a Comunidad Europea para reducir emisiones del gas del invernadero (GHG). Éstos ascienden a un promedio de cinco por ciento contra los niveles 1990 sobre el período de cinco años 2008-2012.

La distinción principal entre el protocolo y la convención es que mientras que la convención animó a países industrializados que estabilizaran emisiones de GHG, el protocolo las confía para hacer más.

Reconociendo eso los países desarrollados son principalmente responsables de los altos niveles actuales de las emisiones de GHG en la atmósfera como resultado de más de 150 años de actividad industrial, el protocolo da una carga más pesada en naciones desarrolladas bajo principio del “campo común pero con diferentes responsabilidades”.


El protocolo de Kyoto fue adoptado en Kyoto, Japón, el 11 de diciembre de 1997 e incorporado en fuerza el 16 de febrero de 2005. 182 partes de la convención han ratificado su protocolo hasta la fecha. Las reglas detalladas para la puesta en práctica del protocolo fueron adoptadas en el POLI 7 en Marrakesh en 2001, y se llaman los “acuerdos de Marrakesh.

A pesar de estos esfuerzos de la inteligencia humana, este año 2008, hemos visto como se han acelerado los fenómenos físicos ambientales que para algunos de manera eufemística ponen en peligro a la tierra y para otros, sencillamente, están acabando las condiciones de vida de varios millones de especies entre las cuales está la principal depredadora como es la humana. En consecuencia la tierra seguirá su curso con nuevos o viejos habitantes de no haber cambios inmediatos.

El 16 de septiembre de 2008, la Agencia del Clima de las naciones Unidas declaró que este año 2008 el agujero en la capa de ozono sobre la Antártida sobrepasó este año el tamaño que tenía en 2007 y podría continuar creciendo durante algunas semanas más.

El agujero en la capa de ozono sobre la Antártida que reaparece cada año y extiende su tamaño hasta alcanzar una superficie máxima equivalente al tamaño de América del Norte, entre fines de septiembre y comienzos de octubre, filtra los rayos ultravioletas provocando el cáncer en la piel, apareció este año relativamente tarde, sin embargo, en las últimas semanas ha crecido rápidamente y ha superado el tamaño máximo alcanzado en 2007. Como el agujero de ozono está todavía creciendo, es demasiado pronto para establecer lo grande que va a ser este año", dijo la referida Agencia, conocida también como “WMO”, en un comunicado: El agujero de ozono alcanzaba el sábado pasado unos 27 millones de kilómetros cuadrados, en comparación con la marca de 25 millones de kilómetros cuadrados que ocupaba el año pasado, según la WMO, cuyo comunicado fue emitido en el Día Internacional de Protección de la Capa de Ozono.

Por otra parte, la ONU que acaba de finalizar su Asamblea Anual se mantiene a la defensiva y retrazada en relación a este tema.

Sin embargo queremos y debemos destacar entre las propuestas a este problemas la conocida como de financiación global de las medidas de protección contra los efectos del calentamiento del planeta presentada por Suiza, estrategia que suscitó un vivo interés.

Desde la Conferencia sobre el Clima (2007) en Bali, se habla cada vez más de la necesidad de adoptar medidas para afrontar las consecuencias del calentamiento, y del financiamiento de esas medidas. En paralelo, sigue el debate sobre los medios de frenar el proceso de calentamiento, en particular, sobre una disminución y estabilización a largo plazo de las emisiones de CO2.

En los últimos meses, diversos países industrializados iniciaron la creación de un fondo para el clima con promesas concretas. Pero las necesidades financieras no están cubiertas ni de lejos, considera el Ministerio suizo de Medio Ambiente, Transportes, Energía y Comunicación.

Medidas costosas pero posibles

Solamente las medidas de adaptación costarían entre 10 y 40 mil millones de dólares, según las estimaciones del Banco Mundial. Con su propuesta, Suiza desea asegurar también a los países más pobres, un acceso a estas medidas de protección.

Debemos tomar en cuenta que en el debate realizado por los candidatos a la Presidencia de EE.UU. en esta misma semana, expresaron y admitieron que el gasto militar en Afganistán e Irak está alrededor de 700 mil millones de dólares, la misma cifra que se asomó para superar la crisis financiera en la cual está sumergido este país y que habiendo sido formulada por el Departamento del Tesoro fue considerada inconveniente y llevó por primera vez a una reunión relativamente pública, convocada por el Presidente en el óvalo de la Casa Blanca con la asistencia de los candidatos presidenciales demócrata y republicano, sin éxito alguno.


Disminuir las emisiones de CO2

El modelo suizo de financiamiento prevé un impuesto de 2 dólares por tonelada de emisión de CO2, lo que produciría beneficios de 48.500 millones de dólares por año.

Se calcula un volumen de 1,5 tonelada de emisión de CO2 'per cápita' por país. Este volumen corresponde al nivel mundial de emisión que, según un estudio de la ONU, no deberá ser superado, si se quiere impedir un colapso total del clima de aquí a finales de siglo.

Eximiría de ese impuesto a los países en desarrollo que producen menos de 1,5 tonelada de gases con efecto invernadero 'per cápita' y por año. Los Estados que superen ese límite deberán pasar a la caja, según el sistema: el que contamina, paga.

Fomento a proyectos nacionales

La propuesta prevé, por otro lado, que una parte de esos ingresos pueda consagrarse a financiar proyectos para la disminución de emisiones de CO2 en los propios países, en función de su nivel de desarrollo. Los países más pobres se beneficiarían del máximo (85%), y los industrializados del mínimo (40%).

El resto sería destinado a un fondo global que serviría para financiar medidas de prevención y protección en los países con ingresos medios y bajos.

"Este modelo permitiría, a nuestro modo de ver, respetar un equilibrio entre los deberes de los países industrializados y los de los países en desarrollo", precisó Moritz Leuenberger, Ministro del Ambiente y representante de la Confederación Suiza.

Una asunto actual

El ministro de Medio Ambiente presentó la propuesta suiza en el marco de un foro de países que analizan los métodos de financiación vinculados al cambio climático.

Además de la Confederación Suiza, Bangladesh, los Países Bajos, Gran Bretaña, así como el Banco Mundial, formaron parte de la mesa redonda. En el público figuraban entre otros, ministros de Desarrollo y Medio Ambiente de varios Estados.

El moderador del debate fue Jeffrey Sachs, economista estadounidense y consejero especial de la ONU para los Objetivos del Milenio. "Es un tema muy importante, que afecta al presente y no al futuro", declaró.

Los Objetivos del Milenio de la ONU y el calentamiento climático están vinculados y sus agendas coinciden parcialmente. "El desarrollo significa también la adaptación y viceversa".

Preservar los objetivos de desarrollo

Es decir, las medidas de protección del clima no deben adoptarse en detrimento de los objetivos de desarrollo. Para ello, son necesarias las propuestas concretas para una financiación justa y fiable de esas medidas.

"Sin ingresos suplementarios, no podremos superar las dificultades. La propuesta suiza es fácilmente practicable. Podría ser un mecanismo muy eficaz".

Una propuesta entre otras

La propuesta de la Confederación no es la única. Pero suscita un eco bastante bueno, porque es concreta y se basa en una fuente de ingresos segura.

Moritz Leuenberger explicó que su proyecto puede muy bien combinarse con otros conceptos. Por ejemplo con el de la Unión Europea, que propone una financiación sobre la base de una subasta de certificados de emisión.

"No tenemos la pretensión de ver nuestra propuesta aplicada tal cual". Pero es pragmática y ofrece un marco para los próximos debates que deben desembocar en un acuerdo complementario al Protocolo de Kioto en la cumbre sobre el clima, a finales de 2009 en Copenague.

"Es tiempo de que los Estados no se satisfagan más con promesas y asuman compromisos firmes", declaró Moritz Leuenberger, para concluir.

La información de prensa ha sido tomada de la red, la TV y de Swissinfo (Rita) Emch en Nueva York y respecto de la Asamblea de la ONU, apoyados por la traducción de Marcela Águila Rubín.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Siglo XXI: NUEVO RETO PARA LA HUMANIDAD

Físicos y Biólogos llamaron al siglo XX como el siglo de la física cuántica o la biología molecular. De una u otra manera la física cuántica y la biología molecular han sido fundamentales y pueden haberse llamado revoluciones, de las nuevas tecnologías electrónicas de la comunicación o los impresionantes avances registrados en el terreno de la ingeniería genética. Otros han defendido al siglo XX como el siglo de los derechos humanos y el siglo de las mujeres.
Pero no menos cierto, deja de ser que el siglo XX siendo testigo de la Declaración Universal de 1.948 y ha tenido que sufrir al mismo tiempo una de las más terribles y masivas violaciones de derechos humanos, como lo habrán de recordar por los siglos de los siglos venideros esas tragedias como fueron Auschwitz, el Gulag o Hiroshima y otras catástrofes acaso no tan significativas impresionantes, pero, constantes a lo largo de este pasado siglo verdaderamente atroz para la humanidad.
Esta paradójica existencia nos coloca a finales de la primera década del siglo XXI sin respondernos todavía sobre que fue lo que nos motivó y por qué luchamos y que logramos. Ciertamente, hablar de derechos humanos es referirnos a los derechos fundamentales; pero como pudo la humanidad suscribir tantas declaraciones, convenciones, tratados y pactos en defensa de la libertad, la igualdad y la dignidad del ser humano y erigirse simultáneamente en la mayor depredadora, hasta de su propia especie? Si observamos bien, lo primero que merece decir en rigor es que los supuestos derechos aún no son derechos porque no sido recogidos en los textos legales de algún ordenamiento jurídico, sea a nivel nacional o internacional bajo las reglas que los hacen exigibles y coercitivos. Aparecen recogidos en las Constituciones de buen número de Estados contemporáneos, como el nuestro; e igualmente en la Declaración de la ONU de 1.948 y en los diversos Pactos de Derechos firmados desde entonces por los Estados miembros de esa Organización, como los Pactos de Derechos Civiles y Políticos o de Derechos Económicos, Sociales y Culturales relativos, respectivamente, a los llamados “derechos de libertad” o “derechos de” -el caso, por ejemplo, de las libertades de expresión o de asociación- y “derechos de igualdad” o “derechos a” -el caso, por ejemplo, del igual acceso a la atención de la salud o la educación-, y otros. Esta observación nos lleva a contar con derechos claramente declarativos, pero que no existen porque no se cumplen, aunque favorecen de paso a la humanidad entera. En el XXI, estamos como ocurrió en la América del Norte anterior a la Independencia o en la Francia anterior a la Revolución del siglo XVIII, donde tales derechos no existían pero eran invocados como si existieran por independentistas y revolucionarios. Y así ocurrió también en muchos países durante el siglo XX, como de nuevo sin ir más lejos en la España de la dictadura franquista, donde los derechos humanos eran invocados como si fueran auténticos derechos por la oposición al Régimen pero sin que éste, pese a la condición de miembro de la ONU del Estado Español, se hubiese tomado nunca la molestia de reconocerlos ni recogerlos en ningún texto legal, a no ser de manera caricaturesca en el denominado Fuero de los Españoles que oficiaba como “Ley Suprema”, esto es, como remedo de una Constitución.
Antes, pues, de cualquier positivación jurídica, es decir, antes de ser derecho positivo, los derechos humanos serán sólo, y no es poco, aspiraciones o más exactamente exigencias morales -exigencias morales de libertad y de igualdad, en suma la lucha de recibir un trato acorde con la dignidad humana- que individuos y grupos de individuos desearían ver jurídicamente reconocidas, esto es, convertidas en derechos sin otra razón para exigirlo así que su simple condición de seres humanos (como tantas veces se ha recordado, las pancartas portadas por los seguidores de Martin Luther King en la lucha por el reconocimiento de los derechos de la población negra de su país que rezaban “I am a human being”: “Soy un ser humano”; y es que, si bien se mira, ¿cómo cabría negar su condición humana a quienquiera que sea capaz de afirmar por sí mismo que la posee y esté dispuesto a luchar, e incluso a morir, por demostrarlo?.
Ello no descarta el valor y la eficacia probada de los derechos humanos como un arma reivindicativa, y que debemos seguir haciendo uso, pero con la conciencia de que en su vigencia declarativa demuestra que el ordenamiento jurídico nacional, regional e internacional no ha incorporado objetivamente estos derechos, y ellos siguen siendo banderas, mientras la hambruna se mantiene a alto nivel, la pobreza y la desigualdad social son realidades insoslayables; y menos que eso el derecho a la vida de millones de seres humanos está permanentemente en manos de unos pocos que convierten al derecho y a los derechos humanos en una reafirmación del ejercicio de la dominación, del exterminio, de la discriminación, de las desigualdad social más abyecta.
Las “utopías” se dispersan y se alejan, como la línea del horizonte cuando avanzamos hacia ellas, precisamente en la medida en que tratamos de alcanzarlas. Esto pudiera aclararnos que no pretendemos confundir el derecho y los derechos humanos con la moral, la religión y ni siquiera con el derecho natural; pero históricamente puede comprobarse que las utopías sirven para relacionarnos con la inteligencia y el ejercicio de la razón, en la permanente búsqueda de lo más adecuado para la felicidad y en el marco del derecho, lo más cercano a la justicia.
Conviene establecer la distinción que existe a este respecto entre la “condición humana”, sobre la que descansa la índole peculiar de los derechos humanos y la “naturaleza humana” que acabamos de desechar como su fundamento. La segunda es una categoría biológica que nos iguala como nos diferencia de los animales, mientras que el de condición humana es un concepto sociohistórico que -lejos de estar dado de manera natural- ha habido que construir trabajosamente, a lo largo de los siglos, en diferentes épocas y diferentes sociedades. De la condición humana no se consciente en la sociedad esclavista de la Antigüedad (que no hubiera podido hacerla extensiva a todos los seres humanos, pues los esclavos se habrían hallado excluidos de su disfrute) ni tampoco en la sociedad teocéntrica de la Edad Media (donde la autonomía de los sujetos morales habría tenido forzosamente que supeditarse a los Mandamientos heterónomos de la supuesta Ley de Dios), de suerte que nuestro mundo occidental no acabaría de acceder a una noción cabal de la misma sino con la Modernidad (por expresarlo abandonándonos a un cierto etnocentrismo imposible de evitar y del que, en cualquier caso, es menester cobrar conciencia para poder pasar luego a hacer algo en orden a superarlo). Es decir, aquella noción cabal de condición humana presupone -por lo menos, repito, en Occidente- una ardua travesía desde el Renacimiento, pasando por la Reforma, hasta la Ilustración, que fue justo el momento, en el que nace “el derecho humano”, lo que podríamos llamar ahora la invención de los derechos humanos. Una expresión esta última, la de “invención de los derechos humanos”, que hay que tomar completamente en serio y, por así decirlo, en su sentido literal.
Lejos de ser derechos naturales, los derechos humanos han podido ser caracterizados como “uno de los grandes inventos de la Modernidad” y entre sus manifestaciones está el invento del telar mecánico o el de la máquina de vapor, inventos éstos estrictamente contemporáneos del Bill of Rights o Carta de Derechos del Buen Pueblo de Virginia de 1.776 o de la Déclaration des droits de l’homme et du citoyen, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Asamblea de Francia de 1.789, tal y como la Revolución Industrial sería asimismo contemporánea de esas revoluciones políticas que fueron la Revolución Norteamericana o la Revolución Francesa.
Pero los derechos humanos no sólo han sido un invento de los seres humanos sino que éstos, además de inventarlos, han tenido que ser instaurados. Volvemos a afirmar en otros términos que tras las Cartas y Declaraciones de Derechos, en las que se materializa la clásica Teoría del Contrato Social, se ha requerido que concurra un amplio consenso moral de los miembros de la sociedad acerca de una serie de valores compartidos entre los cuales pueden ser atraídos al debate la permanente propuesta revolucionaria. Y semejante consenso, o el contrato levantado sobre él, habrá a su vez sido el fruto de la autodeterminación del pueblo soberano de los países donde tales Derechos se promulgaban o, más exactamente, de los integrantes individuales de ese pueblo, puesto que, en última instancia, la autodeterminación de los colectivos -como los pueblos, las naciones y demás- pasa inexcusablemente por la autodeterminación de los individuos que los integran. Además de la conquista por las clases asalariadas de sus derechos civiles y políticos (los llamados “derechos humanos de la primera generación”), el siglo XIX y parte del siglo XX hubieron de presenciar también buen número de revoluciones obreras y campesinas -desde la de la Comuna de París de 1.871 a las Revoluciones Rusa y China propagadas bajo el signo del comunismo a lo largo de la pasada centuria, amén de las más moderadas, pero quizás por eso también más perdurables, luchas sindicales de inspiración anarquista o socialdemócrata que prosiguen en nuestros días-, todas ellas directa o indirectamente inductoras de la consolidación de los derechos económicos y sociales (los llamados “derechos humanos de la segunda generación”) de los trabajadores, así como de la generalización de los beneficios de los sistemas de seguridad social en mayor o menor medida maneja al incremento de la prosperidad en los países desarrollados. Y se necesitó una cruenta Guerra de Secesión para que la Constitución norteamericana reconociera en el siglo XIX los derechos de los antiguos esclavos negros, derechos cuyo pleno disfrute -cosa ciertamente distinta de su mero reconocimiento legal- no se produciría hasta un siglo más tarde, ya en la segunda mitad del XX, después de que los pueblos colonizados hubieran conquistado su independencia y, con ella, sus derechos culturales (los llamados “derechos humanos de la tercera generación”, como el derecho a la propia lengua y demás elementos constitutivos de la identidad de su cultura), derechos que desde las colonias pasaron luego a ser reivindicados, dentro de las respectivas metrópolis, por las minorías marginadas, esto es, excluidas una vez más en sus correspondientes sociedades, como en el caso, por ejemplo, de las minorías étnicas, pero también, por extensión, de otras muchas minorías, desde minorías religiosas a las de género o preferencia sexual entre otras.
Como se desprende de la historia de la lucha por todos esos derechos, lo verdaderamente relevante en ella no parece haber sido tanto el consenso acerca de la justicia del reconocimiento de los mismos cuanto el disenso ante la injusticia de su falta de reconocimiento, disenso protagonizado en cada caso por los individuos y grupos de individuos (burgueses, trabajadores, pueblos colonizados, minorías metropolitanas.
Podemos afirmar que si la Justicia, como antes se dijo, no es de este mundo sino utópica y nadie ha visto jamás su faz completa, las injusticias en cambio de este mundo son inmediatamente perceptibles y todos podemos conocer de manera inequívoca su rostro, pero especialmente quienes las padecen, lo que les legitima y por añadidura nos legitima a los demás para tratar de erradicarlas. Pero de la sucesiva conquista de los derechos que hemos visto -derechos de la primera, la segunda y la tercera generación, a los que hoy se añadiría una cuarta generación de derechos humanos representada por los derechos medioambientales, como el derecho a un agua o un aire no contaminados- no debieran extraerse conclusiones ingenuamente progresistas.
A diferencia del progreso científico y tecnológico, que -de no ser por nuestro mal uso del mismo y sus posibles consecuencias catastróficas, como en el caso de un desastre nuclear- no dará por sí solo marcha atrás ni nos devolverá a la barbarie de la Edad de Piedra, el progreso en el ámbito de los derechos humanos está lejos de ser irreversible y todo lo conseguido en varios siglos se puede desandar en poco tiempo, como sobradamente lo demuestran las bárbaras matanzas producidas en las guerras que han tenido lugar en el planeta desde 1.948.
Hermanados por nuestra naturaleza y condición humana, los que resulta más relevante en la vida social son los conflictos a la distribución de los víveres disponibles, al abastecimiento de los distintos tipos de servicios, etc., etc., etc.-,
Por expresarlo de otro modo, Kant sería hoy un decidido partidario de las Naciones Unidas, de las que no en vano fue su opúsculo un precursor. Pero Kant reconocería asimismo que las Naciones Unidas actuales se hallan ciertamente muy lejos del modelo que él tenía en mente. La ONU u Organización de las Naciones Unidas tendría por cometidos principales la protección de los derechos humanos y la preservación de la paz en el mundo, cometidos no siempre compatibles entre sí, puesto que en ocasiones el primero impone a la Organización su intervención armada en este o aquel punto del planeta. En cuyo caso la estructura de la misma comienza a descubrir sus grietas.
Hay ocasiones en que una intervención urgentemente necesaria en una zona del globo puede llegar a verse bloqueada por la interposición del veto de una de las grandes potencias en su Consejo de Seguridad, mientras que, en otras ocasiones, algunas de esas potencias pueden urgir en tal Consejo una intervención innecesaria o contraproducente antes de que el pleno de la Asamblea General llegue a reunirse a tiempo de revocar dicha resolución. Lo que aún es más, tampoco faltan ocasiones en las que las resoluciones de la Organización tienden a maquillar con posterioridad lo que en principio fueron decisiones unilaterales de la potencia hegemónica, la cual, junto con sus adláteres, ha llegado incluso otras veces a realizar intervenciones bélicas al margen de las Naciones Unidas, cuando no desoyendo impunemente sus recomendaciones en contrario. Los vetos sobre la cuestión de Palestina, la guerra del Golfo, los bombardeos de Serbia durante el conflicto de Kosovo o el curso de los acontecimientos en Afganistán y países vecinos servirían para ilustrar, entre otras ilustraciones posibles, los casos que se acaban de mencionar. Contra el pronóstico de Kant, y desde luego contra sus deseos, el mundo presenta hoy una configuración más o menos imperial, lo que evidentemente dificulta su configuración en un futuro como una auténtica Liga o Sociedad Confederada de Naciones. Mas, comoquiera que ello sea, de las Naciones Unidas hay que decir hoy día que aunque estén lejos de constituir una condición suficiente para la protección de los derechos humanos y la preservación de la paz a nivel mundial, constituyen al menos una condición necesaria de una cosa y otra.
Solamente desde una perspectiva cosmopolita nos permitiría levantar el vuelo, pero sin renunciar a las raíces. Y es estar enraizado, pero sin dejarnos por ello recortar las alas. Que es la única manera en que los seres humanos, y no tan sólo sus derechos, podrían llegar a ser verdaderamente humanos, esto es, tales que nada humano les sea ajeno.
Pero, dejando la última palabra a los individuos, sólo en ellos encarna esa común condición humana que trasciende a las etnias y a los territorios, a las culturas y a las civilizaciones; y sólo de ellos cabría, pues, esperar, a través de su lucha en pro de los derechos humanos, que semejante condición común acabe por prevalecer sobre las discriminaciones étnicas o territoriales y las hostilidades culturales o civilizatorias.
Y de los individuos, si de alguien, ha de partir también el impulso inicial para ascender, peldaño tras peldaño, en la empeñosa y secular tarea de construcción de la cosmópolis.
Mediante este Blog les invito pues a intercambiar ideas sobre esta materia en una perspectiva de defensa y promoción de la vida.
Parece necesario revisar la propia crisis que envuelve el conocimiento científico y asumir sin recelo la tendencia autodestructiva que asumen los dirigentes del globo, sin tomar en cuenta que en él vamos todos. El reto de las mayorías es romper con cualquier esquema que justifique la dominación de una minoría, aunque el esquema de dominación se haga en nombre de todos.